martes, 24 de abril de 2012

Hoy la muerte lleva lentejuelas en memoria del brillo de los ojos que estudian:

viernes, 20 de abril de 2012

Al otro lado del amanecer

Me ahogaba, la oscuridad oprimía mi pecho en aquella noche eterna, no había salida ni estrella del norte ni s había norte,  mi mente se perdía en si misma, me atenazaba; me veía morir a mi, a los mios, a los que quería, muertes atroces en la noche una sola vida muerta en el día, horrible habitación, con sus esquinas sus limitadas cuatro esquinas y sus paredes apremiantes donde problemas, divagaciones, enfermizas obsesiones y crueles paranoias, dirigidos por la culpa, me robaban el espacio, anegaban mis pulmones que burbujeaban desesperados y aturdida por el cansancio encontré sueños tortuosos, cortos e infructuosos.
Desolada, hastiada y perdida me levante de la cama, vestí la ropa que yacía en el suelo y salí de casa.
El frío hizo temblar mi piel, estremeció mis huesos y sin saber como apago mi mente, la suave lluvia acaricio mi pelo y perlo mi cara. Sin sentido, sin pensamiento alguno y sin destino, comencé a andar por el abrupto camino de montaña. El frío me arrancaba el calor a través de la ropa, pero eso no importaba, no era sensible a la temperatura, simplemente, agradecía su presencia.
Mis pies frenaron, no se porque ni pretendo explicarlo, en medio de un claro pequeño; la montaña caía hasta alcanzar el río, el camino seguido se perdía entre la arboleda cercana.
De igual modo me tumbe sobre la hierba sin más objetivo que ver el cielo, las nubes espesas, dejando que la lluvia me tocara, que el frió acariciara mi piel, que la hierba se hundiera bajo mi peso y que la tierra mojada me arrullara en su aroma de aliento cálido en aquella ultima hora precedente al amanecer.
Cerré los ojos en paz como en mucho tiempo no había estado y sin saber como ni buscar por que concilie un sueño tranquilo.
 La luz apenas despuntaba diseminándose entre la niebla vespertina cuando el sonido volvió al mundo con leves sonidos sordos, vibraciones sobre la tierra que palpitavan tenuemente bajo mis manos.
Entreabrí los ojos, en los arboles cercanos las sombras dibujaban figuras algún día conocidas, caballos, caballos de monte, caballos salvajes que pastaban tranquilos, gire la cabeza con una sonrisa torpe buscando el cielo.
Me falto el resuello, mi músculos se tensaron y cuando me reconocí de nuevo estaba en cunclillas mirando lo que podría ser la fantasía consecuencia de mis noches febriles, un caballo...un u-n-i-c-o-r-n-i-o, un unicornio, un imposible tal que la palabra se me escapo entre los labios.
Pese a mi brusquedad, mi cara de espanto y mi voz ronca, no se inmuto, apenas irguio el cuello y siguió mirándome fijamente, diría que divertido si es que eso puede decirse de un... caballo
lentamente me acerque, extendí el brazo hacia el con la palma de la mano hacia dentro y la cabeza gacha en signo de rendición, sin dudarlo se hacerlo hasta dejar mi mano entre sus hollares y aspiró el aire a su alrededor, analizando mi aroma y desvistiendo mi resquebrajada coraza. Agacho un poco más la cabeza y pose mi mano sobre su cara acariciando el suave pelaje oscuro.
Enseguida me rodeo el sonido de una veintena de cascos y cinco caballos se dirigieron hacia mi prestándome sus crines, escudriñando mi olor.
Un pequeño empujón de pelo claro me saco del ensimismamiento mientras un joven macho castaño, me invitaba a bailar, me quite la chaqueta y las zapatillas y deje la mano apoyada sobre su hombro mientras el empezaba a trazar en pequeños circulos a mi alrededor haciedome girar.
 Una hembra adulta se interpuso entre nosotros guiándome con la cabeza hacia el frente donde otras dos yeguas me sitiaron y acojieron entre sus flancos abligándome a correr con ellas a un ritmo ligero, emprendí la marcha sin dilación y pronto me liberaron de su tutela bajo la atenta mirada del semental oscuro, corrí sin rumbo por el claro, por los lindes y entre los arboles mas ralos, y el unicornio entrelazo su recorrido con el mio en una danza sin patrón establecido.
 El aire quemaba mis pulmones, la lluvia discurría por mi pelo y encharcaba mis brazos extendidos mientras mis manos se dejaban acariciar por el frío y la niebla me daba la intimidad par escapar del mundo, mire al cielo y comente a girar sobre un punto, cerré los ojos y deje salir un aullido profundo y doloroso.
En ese momento la voz ronca del unicornio susurro: se libre, se libre siempre que quieras; la libertad, la libertad del alma, es algo que nunca deberian poder arrebatarte, que nunca deberias arrebatrte a ti misma por muy dura y oscura que sea la noche, aprende a ser libre mi xana, aprende a ver lo que se esconde entre los velos del dia y la noche, a ver lo imposible, a vencerte a ti misma cuando te tornas tu peor enemiga y a salir de los laberintos asfixiantes de la mente.
Por fin lo sentí: sentí como el peso caía de mis hombros y mi mente volvía a hilar pensamientos puros, enteros y cuerdos, me deje caer de rodillas y abrí los ojos a tiempo para ver como los caballos se alejaban en su relajada carrera en dirección al río, como desaparecían entre la niebla sobre las aguas y como la luz gris llegaba a través de la bruma, dejándome a solas con unos instantes de felicidad entre la hierba, la tierra mojada, la lluvia y mi tan querido y necesario frío.

sábado, 14 de abril de 2012

Por vivir cien años, por morir joven

Por encontrar, no se sabe cuado ni como ni en que momento algo que haga que los siguientes 79 años merezcan la pena, porque el deseo de morir joven desaparezca porque desaparezca el deseo de morir porque los cien años no me dejen sola en una silla acumulando polvo sino que mueva las viejas piernas hasta el balcon del mundo y aun sea capaz de aullarle a la nada